Carla Peterson: “Llegué más lejos de lo soñado”


De chica se conformaba con ser la bailarina soporte de algún artista. Y veía el Maipo desde afuera. Ahora, desde adentro, protagoniza. Y se luce como comediante.

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La charla comienza a cara lavada, con su remera atigrada, que hace juego con el termo de animal print , en la sencillez de una mateada bajo tierra, frente al espejo de su camarín, en el que Carla Peterson se puede ver, mirar alguna que otra vez, y no bajar la vista. Tampoco es de las que se quedan atraídas por su imagen. Ella es la que se ve. La que, una hora y media después, ya maquillada y peinada para subir al escenario del Maipo, a punto de enfundar el vestido de gala de La guerra de los Roses , sigue siendo. No es de las actrices que confunden persona y personaje, ni -mucho menos- es de los que hacen de su persona un personaje público aún sin cámaras. Pero durante esa transformación física, el paso del tiempo fue tema. Tanto, que en sus relatos apareció más de una vez la nena rubia con la ñata casi pegada contra las puertas del teatro en el que ahora protagoniza. El sueño estaba afuera. La realidad, ya adentro.
Con las marcas de su paso estampadas en las paredes -desde los autógrafos de Lionel Messi o Javier Mascherano al collage de recortes de revistas con el que echó mano a su gracia-, elbúnker que la alojará hasta mañana, cuando se despida la exitosa obra que protagoniza junto a Adrián Suar, fue testigo de sus viajes a la infancia, “cuando ya decía que de grande quería ser actriz”.
¿Nunca el lugar común de contestar ‘azafata’ o ‘maestra jardinera’? Lo que no quiere decir que no lo haya hecho. Tuve que hacer algunas cosas que no estaban en mis planes. Por ejemplo, un curso de azafata, porque me mandaron en casita. Mi papá era aviador y, ya desde entonces, a mí me gustaba viajar. Entonces dije ‘Bueno, ¿por qué no? Me sirve al menos para tener un trabajo’.
Pero el primer día no fui porque tenía un casting, el segundo llegué tarde porque no sé qué.
Para el tercero se te acababan las excusas...
Sí, por eso seguí. Pero cuando fui a rendir el examen me pusieron un 1. De cien preguntas respondí ocho. Y me quedé con mis clases de baile.
Ojos grises, buen manejo del idioma, no es de los entrevistados que deja las frases abiertas y pide ayuda para volver al punto de partida. Sabe a dónde va. Y el tema de las clases de baile la lleva, precisamente, hacia atrás. Y la trae.
“Hace poco me pasó algo que me movilizó bastante. Resulta que el Maipo queda a dos cuadras del colegio al que fui durante 12 años, el ‘Nuestra señora’ , de la Santa Unión. Además, mi mamá trabajaba a una cuadra de ahí, mi papá, a dos cuadras, y yo estudiaba danza por acá también. El otro día me anoté de nuevo en las clases de baile y fui caminando, repitiendo el recorrido que hacía cuando era chica. Agarré Juncal, 9 de Julio, Córdoba, Galerías Pacífico... Y sentí como el mismo entusiasmo que sentía ante cada clase de baile, pero ya nada estaba. Mi mamá se jubiló, mi papá también, el colegio es otra cosa... y ni qué hablar de cuando quise hacer dos pasos”, invita a saber.
¿Te fatigaste? No, peor. No entendía, no asociaba, se cruzaban mis piernas. Y eso que yo también di clases. Ahora ya le tomé la mano. Pero pensaba en qué rápido pasó todo, y veía a mis compañeros, chicos de 16, 18 años, y trataba de verme reflejada en ellos cuando yo tenía su edad. Claro que está súper instalada la formación para comedia musical, y ahora los pibes cantan, bailan, actúan. En mi época recién se estaba armando.
¿Te hizo mal la comparación? No, porque vi en mí que hay algo de ese espíritu que sigue estando. Me siento muy cercana a la que era. Y creo que es bueno, porque si no sintiera eso se hubiese perdido algo que tiene que ver con la creatividad, con el impulso, con la necesidad del actor. Pero digamos que eso me lo guardo para mí, porque después me tengo que hacer la profesional.
A los 37 años, de novia con Martín Lousteau, el ex ministro de Economía, entre mates y recuerdos confiesa que “todo lo que me pasó es algo que no me podía imaginar cuando era chica. Llegué más lejos de lo soñado... No sé, si me imaginaba en el Maipo, la escena era que había alguien haciendo una obra de teatro y yo bailaba atrás”.
¿Atrás porque eras mala? Nunca tuve problemas de bailar atrás, porque siento que si bailás bien te ven en cualquier lado. Igual, creo que bailaba bastante bien.
La imaginación, se ve, le quedó corta. Los estudios con su gran maestro Miguel Guerberof (“él me enseñó a trabajar con las herramientas que uno tiene y no con la obsesión por las que no tenés”), sus clases de hip hop, de tap, de dicción y de acrobacia le permitieron -a través de obras como El castillo de Kafka o Ceremonia enamorada , o programas como Montaña rusa , Naranja y media, Sos mi vida o Los exitosos Pells - desplegar esa versatilidad que, si bien la tiene como una gran comediante, la define como mejor actriz.
A cuatro años de su inolvidable composición en Lalola -en su primer protagónico en TV-, cada trabajo la revela diferente. Todo lo contrario a lo que le sucede cuando se revisa, cuando llega hasta aquellas postales familiares en las que su padre -ese hombre que ahora, mientras se recupera de una enfermedad, repite la frase ‘hermosa canción’ para expresar su alegría- tocaba la guitarra y su hija escuchaba. O cuando ella ponía discos de Fred Bongusto, Raffaella Carrá oCantaniño y cantaba encima. Se recuerda y se encuentra. Como cuando vuelve a pisar la huella de su viejo recorrido y, más allá de que el paisaje urbano haya cambiado, se reconoce. Crecida, pero no distinta.

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